Parte 1:
Llegamos a casa de Luci la partera después de un viaje de más de una hora desde San Cristóbal (Chiapas). Mi hermana
@martadelrosari0 está pasando una temporada allí nutriéndose de experiencias y conocimientos, poniéndose al servicio de su llamado como guardiana del nacimiento.
Al escuchar el coche llegar, sus nietos salieron corriendo gritando: “¡Martaaaaa, Martaaaa!”. Tras ellos apareció una mujer con atuendo tradicional, largas trenzas unidas por una cinta y un brillo en los ojos que contaba mil historias.
“¡Pasen, pasen, están en su casa!” Nos dijo sonriente y emocionada con un español chapurreado ya que su primer idioma es el dialecto tseltal.
Pásamos a la cocina donde su marido Pedro cortaba carne en una mesa y su nuera elaboraba una masa de harina de maiz. Luci nos ofreció café mientras no paraba de moverse de acá para allá quemando las mazorcas desnudas del maíz en un caldero para ahumar la carne que más tarde añadió a un caldo de verduras que recogió en su huerto.
Cualquiera hubiese dicho que aquella mujer llena de energía apenas había dormido la noche anterior ayudando a traer dos bebés al mundo.
“¿Hay parto hoy?” Le preguntó mi hermana. Ella frunció el ceño pensativa y dijo: “Creo que no, al menos durante el día”. Mi hermana se giró hacia mi y me contó que Luci intuía cuando una mujer iba a venir y casi siempre acertaba.
“Si, yo las siento” dijo ella mientras colgaba la carne en un palo sobre el caldero humeante.
Nos llevó a la habitación donde sucedía la magia, un humilde rincón con un camastro de madera cubierto con unos plásticos. En el último mes ya había registrado 35 nacimientos, nos mostró el libro donde escribía a mano los datos de cada bebé junto a la huella de uno de sus diminutos pies.
Me sorprendió ver lo jóvenes que eran algunas madres primerizas, dos de ellas tan solo tenían 14 años. Charlamos un rato sobre cómo era la vida en aquella comunidad y sentí un gran choque cultural. Mientras, en el patio, la dinámica de juego de los niños me transportó por completo a mi infancia, a aquellas tardes donde acabábamos de tierra hasta los ojos. Allí no había televisión, ni tablets, tampoco vi ningún juguete.
CONTINÚA EN COMENTARIOS ⬇️